de Julio Ramon Ribeyro
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observo pasar a cientos de muchachas, empleadas, estudiantes, etc.- y me doy cuenta en ese instante de una de las funciones de la moda. Seguir la moda es renunciar a sus atributos individuales para adoptar los de un grupo o, en otras palabras, dejar de ser una persona para convertirse en un tipo. Los signos vestimentarios que eligen las mujeres a la moda -en el presente caso pantalones muy anchos, abrigos de piel, botines de altas suelas-- producen una ilusión en el espectador: confundir a la copia con el modelo. Mientras más perfecta es la imitación más fácil es la ilusión. Por ello la moda no es otra cosa que un disfraz colectivo que se adopta todas las temporadas de acuerdo a ciertos patrones de belleza impuestos por los modelistas. Lo curioso de la moda es que las mujeres que la siguen buscan ser observadas, pero terminan por uniformarse, corriendo el riesgo de pasar desapercibidas. ¿Desapercibidas? Tal vez como unidades de una familia, pero no como familia. Pues la ambigüedad de la moda reside en que oculta por un lado, pero luce por otro. Oculta a las mujeres, pero luce a la mujer.
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